La Creatividad es una cualidad natural. Todos somos creativos. Nacemos con esta cualidad. Es un estado interno de confianza en nuestros propios recursos. Siendo niños venimos dotados de esa curiosidad, de esa capacidad de explorar libremente y de una predisposición para el juego.
La Creatividad es un proceso de fluidez, como la vida, durante el cuál, a veces, nos detenemos para compartir los resultados con el mundo exterior y se manifiesta en forma de un plato de cocina, una pintura, unas palabras de amor, un abrazo, un invento científico o incluso en nuestra propia personalidad. Pero ese resultado es un punto de un proceso que no termina ahí.
El proceso creativo existe en un contínuo con intermitencias en las que, para aquellos que buscan resultados, a veces emergen soluciones a veces no. Lo natural es que el proceso creativo sea así, una transformación constante. Negar este hecho es el primer paso hacia el bloqueo, porque sería como negar lo que es. Por ejemplo, negar que hoy hace sol, que existe la posibilidad de que mañana puede llover y al día siguiente vuelva a llover. La incertidumbre forma parte de la naturaleza creativa y aquellos que quieren vivir creativamente necesitan afrontar la creatividad desde la aceptación esa incertidumbre.
Ser creativo consiste en poner la atención focalizada en algo (externo o interno), a la espera de que algo nuevo ocurra. A la espera de poder verlo de un modo nuevo. Por eso que en el proceso creativo ponemos atención plena a los procesos que se dan y los acompañamos, y eventualmente hacemos algo con aquello que emerge. La vida, la educación, la forma con que nos desarrollamos es así.
Como este estado natural de fluir se pierde debido a una educación que busca lo contrario, lo predecible, lo comprensible, lo igual es como si con ello perdiéramos parte de nuestra confianza en nuestros instintos. Aprendemos a negar nuestra creatividad, a veces de forma más explícita (¡yo no soy creativo, otros sí!) o más invisible, a modo de silenciarnos, de dejarnos llevar mientras otros piensan por nosotros, sin saber bien porque. En la negación de nuestra creatividad borramos parte de la conciencia de lo que somos. Lo hacemos porque adaptarnos a nuestro entorno tiene un papel esencial en nuestra supervivencia, pero el precio que podemos llegar a pagar puede ser caro. Puedes perder la pista de lo que sientes, de quién eres realmente. Nos podemos volver desconfiados de los demás y de nuestros impulsos.
Una persona que cuida su creatividad cuida su capacidad para entrar en contacto consigo misma y el entorno, y aprende a «volver a ver», a mirar y ver las cosas como son, no como se suponen que son. Sin etiquetas. Para saber quién somos necesitamos saber que es «real». Es decir, mirar y ver las cosas y describirlas por lo que son. Si veo el mundo como un lugar hostil y decadente así es como me voy a sentir internamente. Es la etiqueta que pongo a lo que miro que me impide ver lo que es. Lo veo desde mi filtro. Eso no es creativo. Y hacemos eso en muchas situaciones de la vida y lo hacemos con nosotros mismos. Es difícil saber quién soy de verdad cuando hago eso, cuando solamente conozco esa mirada sobre mí.
Una persona que cuida y entrena su manera de poner la atención y de ver, para percibir sin juzgar lo que ve, sin reaccionar a ello desde sus conocimientos previos (prejuicios) tiene más opciones de que encuentre algo nuevo, seguramente salgo sorprendente.
La creatividad está en nosotros, aunque en el proceso de hacernos mayores, como decíamos, hayamos olvidado o sepultado la capacidad de estar en ese estado creativo y espontáneo. Estar en ese estado creativo es necesario para que no se escurran y escapen las ideas creativas que llegan en el proceso. Entonces es cuando las podemos cazar al vuelo y hacer algo con ellas. Congelar una parte de ese proceso y materializarlo en algo que podemos mostrar. Pero ese momento decisivo en el que mostramos nuestro descubrimiento es una pausa en el proceso creativo. Y es necesaria esa pausa cuando queremos que nuestra naturaleza creativa sirva como instrumento de construcción de nuestra sociedad y de nuestra cultura y para el desarrollo de ésta.
Para innovar en el terreno profesional es necesario poder ver sin prejuicios pero con conocimiento. Por ello si uno desea utilizar su creatividad para innovar en un ámbito profesional necesita conocer a fondo su profesión, de lo contrario es difícil que emerja algo nuevo y que sepa cómo poner esa novedad al servicio de su profesión.
En el caso de el mundo de la interpretación y la creación de personajes, que es un mundo con el que trabajo habitualmente, un actor necesita conocer a fondo muchos aspectos clave del personaje que va a interpretar y su función en el guión de la película si quiere que su creatividad le aporte ideas nuevas para su interpretación.
Por otro lado la creatividad aplicada a la vida puede convertirse en una forma de vida y de resolución de conflictos. Puedes utilizar tu creatividad para vivir, en tus relaciones con tu pareja, con tu familia, contigo mismo. Y todas estos ámbitos son espacios maravillosos para practicar la creatividad. Y ya sabemos que la creatividad es esencial para el científico o el artista. La Creatividad no es una cuestión de inteligencia, es un estado a partir del cuál podemos actuar con lo surge cuando estamos creativos.
Esta frase ilustra todo lo dicho:
«El genio es 1% inspiración y 99% transpiración»
(Thomas Alva Edison)
Pero la creatividad no emerge cuando la empujamos, cuando esperamos impacientemente, cuando somos críticos o juzgamos lo que nuestra naturaleza creativa nos dá. Cuando no aceptamos lo que percibimos con nuestros sentidos. Empujarnos para ser creativos es cultivar la negación de lo que es, de la naturaleza del proceso creativo. Una persona que trabaja con su creatividad puede operar bajo presión si ha entrenado su capacidad para conectar ese estado creativo natural. Requiere un entrenamiento en la aceptación de tus propias ideas, emociones, sensaciones y pensamientos. Tratarse mal es una buena forma de no aceptarse a uno mismo y de empezar a perder la creatividad. Si tratas mal a la fuente de creatividad, es decir a tí mismo, ésta dejará de proveerte de ideas.
La Creatividad es un verbo en realidad, un estado de energía que fluye. Por eso decimos que es un estado. La creatividad no tiene que estar relacionada necesariamente con el arte, ni tiene que ver con ser inteligente o brillante o ingenioso, aunque ser todo eso puede ser un resultado de una persona conectada a su creatividad. Tiene más que ver con poder ser uno mismo.
Cuando no estamos conectados a nuestro estado creativo nuestra atención puede que esté fijada en un mismo punto, atascada, y se resiste a aceptar la naturaleza cambiante. Y siempre hay razones importantes para que eso sea así, el miedo es una buena razón para frenar el flujo creativo, para frenar-TE.
Cuando tenemos miedo nos cuesta más aceptar lo nuevo. Porque lo nuevo nos pone en una situación de vulnerabilidad. Desde el miedo reaccionamos con patrones conocidos, preestablecidos para nuestra supervivencia. Patrones que son generalmente rígidos. Controlar todo es un ejemplo. Si lo tratamos de controlar, controlar el resultado, si «obsesionamos» y nos focalizamos intensivamente tratando de controlar, controlarnos, controlar el proceso, podemos quedarnos atascados en una fantasía de control de la realidad. El obsesionarse puede volverse un intento de rellenar con pensamientos obsesivos un vacío en el que creemos que no tenemos mapas ni guía. Automáticamente rellenamos ese vacío de algo conocido, nuestros prejuicios o nuestras respuestas automáticas. Es una forma de evitación del miedo y de las sensaciones incómodas que vienen del no saber qué hacer. El miedo a sentirse tan frágil y vulnerable, por un momento sin un camino y sin suelo donde pisar.
También la autoexigencia, la autocrítica son formas de asegurar una guía interna, de saber como afrontar las dificultades, de evitar quedarte sin nada. Si me critico sé lo que tengo que hacer, es mejor eso que ver qué pasa. Es un intento de mantenerte a tí mismo a raya, de controlar tus impulsos, tus fallos, tu desempeño, de que no salga nada diferente a lo esperado de tí. Albergas así una esperanza de controlar algo. Pero son formas que sitúan a las persona en un lugar no creativo. Nacen del intento por adaptarnos al mundo, y aunque eso es un acto creativo en sí cuando se hace rígido y se vuelve «la única opción» también nuestra mirada al mundo se vuelve rígida. Y la capacidad de encontrar soluciones también. Los niños están adaptándose contínuamente, son altamente creativos ajustándose (o no) a las exigencias del entorno. Adaptarse a las dificultades del aquí y ahora es creativo.
Pero si el esfuerzo por adaptarnos pasa por repetir patrones y perdemos la capacidad de ver otras opciones se detiene el proceso creativo. Eso ocurre cuando un niño tiene una idea y todos se ríen de ella. El niño aprende a callarse. Desarrolla un patrón de mantenerse en silencio como forma de adaptarse. Se detuvo su creatividad en ese punto. Y si nos quedamos fijados en un punto, la vida puede parecerse a un disco rayado, y empieza una lucha con la realidad. Nos desconectamos de la realidad un poco, o mucho. Nuestra atención y energía empieza a dedicarse a permanecer ahí, como en un intento de resolver algo que no sabemos cerrar de otro modo. Puede ser muy frustrante, porque la vida no va a dejar de ponerte una y otra vez en situaciones que requieren tu creatividad. Y podrás quejarte, pelearte contigo mismo, depender de los demás hasta que te canses.
Si lo viéramos desde lo emocional, quedarse ahí, atascado tiene una razón de ser importante. Para esa persona soltar-se puede significar algo más doloroso que mantenerse ahí, obsesionando, autoexigiéndose. Puede que habite hace tiempo en la persona un crítico interno, asegurándose que la persona sea aquello que se espera de él o ella. Este crítico interno protege a la persona de otras expresiones de sí misma que podrían resultarle más vulnerables o fácilmente heridas si siente que le están rechazando o pueden hacerlo. El resultado es que la acción de renunciar al proceso creativo y su fluidez se convierte en una forma de renunciar a tí, a quien tú eres. Es imposible en el presente ser creativo desde ese lugar.
Una persona con miedo a hablar en público porque teme ser juzgado pone su atención en la evitación de esa situación, y en adivinar los pensamientos juiciosos del público, por ejemplo. Pone en el público todos sus miedos. ¡Los demás deben estar pensando lo que yo estoy pensando de mí! Y proyectan lo que ellos mismos sienten: ¡Me odian! (cuando en realidad soy yo que estoy odiando esta situación). Su miedo, provocado por sí mismo, hace que su comportamiento sea evitativo y que pueda magnificar la situación. En lugar de acoger ese miedo lógico como parte de la experiencia, la niega, se pelea con su miedo, proyecta sobre los demás su propias creencias, y además trata de encontrar formas de tener todo eso controlado. Ah, y quizás también esté tratando de que nadie se dé cuenta de sus nervios.¡Uf! ¡Es un esfuerzo enooooorme! Cuántos intentos diferentes de controlar lo incontrolable. Difícilmente esta persona podrá ser creativa cuando salga al escenario. No estará en un estado creativo, estará en un estado adaptativo y alienado.
La negación te hace perder la pista de quien tú eres, de tu creatividad, de todo lo que eres y puedes ser y hacer. La vida te presenta continuamente algo «nuevo», lo que es, en forma de un fluir de experiencias externas o internas, y ser creativo creo que es ser capaz de acompañar ese fluir y la novedad, sin negarlos. Tomando lo que viene y ayudar a que se nos revele ante nosotros desde nuestra curiosidad y asombro.